Periódcamente, el tema de la relación con la industria farmacéutica salta a la palestra, como lo demuestra este artículo publicado en El Mundo. Desde luego, es un tema con muchas aristas, y en el que ni por asomo todo el mundo está de acuerdo. Por un lado, hoy día, con la normativa actual, es prácticamente imposible plantear un ensayo clínico sin el apoyo de la industria, al menos en Oncología, dado el elevadísimo coste de su realización. La investigación básica tiene, teóricamente, una escapatoria más fácil a los intereses de la industria, pero en la práctica, dado que su coste tampoco es depsreciable, siempre anda uno dependiendo de becas que, en una buena parte, son de procedencia privada.
Por otro lado, si tenemos en cuenta el enorme esfuerzo económico que supone desarrollar un nuevo fármaco, la industria farmacéutica debe intentar sacar beneficios de lo invertido, es algo totalmente lícito. No son hermanitas de la caridad, son empresas que se juegan mucho dinero a la hora de investigar un posible nuevo fármaco.
Y en medio, los "prescriptores", nosotros, los médicos. Si queremos asistir a algún congreso (estoy hablando de reuniones realmente importantes, no de "saraos") es imprescindible recurrir a financiación privada, ya que al sistema público no le interesa que uno se forme, sólo que vea pacientes y reduzca lista de espera. Pero no podemos dejar que la influencia de la industria dicte nuestra prescripción.
Opino que, con espíritu crítico, no hay por qué "romper relaciones" con la industria, más bien todo lo contrario. Ellos nos "utilizan" para lo que necesitan, pero nosotros también podemos hacer lo propio, ¿no?
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