En los últimos años, buena parte de los tratamientos oncológicos, ya sean quimioterapia propiamente dicha o terapias dirigidas, se desarrollan con una forma oral de administración. Esto tiene su indudables ventajas, sobre todo para el paciente, pero también para el funcionamiento del hospital de día. Estos tratamientos forman ya parte del tratamiento habitual de patologías tales como el cáncer de mama, cáncer de colon, cáncer de pulmón o cáncer renal, por poner sólo algunos ejemplos.
Sin embargo, la sanidad privada no financia estos tratamientos. Esas personas que han contratado un seguro privado y lo han estado pagando religiosamente durante años, cuando lo necesitan de verdad, no les cubre. Lo cual, evidentemente, es un problema.
Para el oncólogo de la sanidad pública, porque muchas veces llega el paciente de la privada diciendo: "Mi oncólogo me ha dicho que me recete esto. Pero yo voy a seguir en la privada, eh?" Personalmente, yo no hago receta de ningún tratamiento que no vaya a seguir personalmente, con el que no esté de acuerdo o que no pueda modificar si lo considero oportuno. Vamos, que me hago responsable de mi prescripción, que es lo suyo. En mi Comunidad Autónoma, el hecho de que todos estos tratamientos sean únicamente dispensados con receta hospitalaria me facilita esta tarea. Pero soy consciente de que no en todos los sitios es asi, y estos fármacos están o han estado disponibles en farmacia "de la calle".
Pero, por supuesto, la peor parte la lleva el paciente. Debería ser de público conocimiento que estos pacientes, en esta situación, van a ser "abandonados" por su seguro privado en la mayoría de las ocasiones, para que decidan si les compensa seguir pagando puntualmente sus cuotas. O al menos para que sepan hasta qué punto están cubiertos por su seguro, para que no se construyan falsas expectativas.
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